19.11.15

El arte es también quien lo mira.

Hay días en los que caminar por la ciudad se hace especialmente complicado. Pesa el aire, pesan las personas, las palabras... Como si fueras Atlas con el mundo a tus espaldas. Como si simplemente necesitaras detenerte a descansar. Para ella no era nada nuevo sentirse así, últimamente la realidad la abrumaba con su monstrusodiad. Se detuvo en el primer parque que se topó en su camino y, sin pensarlo dos veces, se sentó en uno de los bancos y observó las hojas secas que se acumulaban al borde de la calzada y justo bajo las copas semidesnudas de los árboles. Respiró hondo, y, por un momento, el mundo parecía un hermoso lugar, lleno de belleza en la que nadie reparaba.

Cada mañana, los barrenderos se empeñaban en amontonar las hojas que caían de los árboles, eran hojas muertas, sin vida que no servían ya para nada... Y se deshacían de ellas. Pero a sus ojos no le parecía que aquellas hojas habían concluido su misión. Buscó todos sus matices: amarillos, verdes, naranjas, rojos... Y pensó en lo bonita que sería una paleta con todos esos colores. Aquellas hojas estaban muriéndose, y se les acababa su tiempo, pero todavía tenían mucho que dar al mundo. Todavía encerraban en todas sus células la espectacular belleza de la naturaleza. La gente cruzaba incesantemente aquel parque, sin reparar tampoco en el bonito sonido de sus pisadas sobre la tierra mojada. Sólo oían, sin escuchar siquiera, el tráfico de fondo de sus vidas. Habían perdido la capacidad para fijarse en los detalles, y ella temía convertirse, poco a poco, en uno de ellos. Recordó entonces la frase que llevaba grabada la tapa de su inseparable libreta. Metió la mano en su bolso y sacó una preciosa encuadernación que, en letras doradas, decía "la belleza perece en la naturaleza, pero es inmortal en el arte", de Leonardo da Vinci.

Eso es lo que quería hacer. Asegurarse de que la belleza fuera eterna para que a nadie se le olvide nunca que vivimos en un mundo magnífico, para que nadie más obvie a conciencia los hermosos detalles con los que el mundo nos brinda. En esa libreta comenzó a dibujar lo que veía, las hojas secas, pisoteadas, llenas de color, las gotas de lluvia que se habían acumulado en los árboles y caían por acción de la gravedad hasta el suelo, la ciudad ajena, inconsciente, indiferente a aquella belleza... Era así como quería cambiar el mundo.

O al menos es lo que él imaginaba de ella, pues sólo la conocía de verla tarde tras tarde en el museo. "Sólo", como si fuera poco. Como si, aun sin haber intercambiado ninguna palabra, no hubieran cruzado sonrisas que hablaban por sí solas, como si no se esperaran siempre el uno al otro, como si no se pudiera conocer a nadie por cómo mira una obra de arte... De ella, lo único que sabía era que nunca faltaba a su cita, y que de vez en cuando asomaba de su bolso esa bonita encuadernación de cuero que tanto había hecho volar su imaginación. O quizá que, de alguna manera, se dio cuenta de que ella ocultaba tanto como él, tanto como todos aquellos cuadros.

Puede que fuese verdad, puede que no supiera mucho, si ni siquiera sabía su nombre, si ni siquiera había escuchado su voz. Quizá estuviese todo dentro de su cabeza, pero también puede ser que en aquel lugar, simplemente, no se necesitaran las palabras. Puede que allí bastara con sentir. Sentir en el sentido más puro de la palabra, a ciegas, sin buscarle la lógica a sus emociones. Lo cierto es que nunca intercambiaban miradas; no en el sentido más estricto, al menos. Se conocían, pero nunca se habían presentado. Solían detenerse delante de las mismas pinturas, sin pretenderlo. Se sentían conectados de la misma manera en la que te sientes conectado a una obra de arte. Esa manera que te impide evitar sentir algo, tan sólo con tus ojos. Así eran ellos, se veían el uno en el otro, del mismo modo en el que siempre se encontraban a sí mismos en todos los lienzos que colgaban de aquellas paredes. Será que también buscaban la mirada del otro reflejada en los ojos de todos los retratados, y por eso nunca habían necesitado miradas ni, mucho menos, palabras.

Tras su, a menudo torpe, entrada en escena, intercambiaban una cómplice sonrisa y se paseaban con tranquilidad por la sala. Ella ponía las manos a su espalda, y él siempre las guardaba en el bolsillo. Para ellos daba igual que un grupo de turistas fingieran, junto a ellos, auténtico interés por pinturas renacentistas. El murmullo constante del resto de visitantes pasaba, casi siempre, inadvertido para ellos, pues cuando estaban juntos sentían que allí no había nadie más. Tan sólo ellos, y los cientos de años de historia del arte que les miraban desde las paredes que los rodeaban. Esa era la manera que tenían de sentirse menos solos en un mundo como aquel, en el que sentían que nadie más era capaz de ver el arte tal y como lo hacían ellos. Y, probablemente, sus instintos no escapaban a la realidad, pues cada espectador es en sí un universo único, y puede que ellos dos se encontraran en órbitas años luz más cercanas entre sí que el resto del mundo.

Era así como se movían, como dos galaxias girando poco a poco en el universo, rodeados de estrellas, a punto de colisionar. Nunca cruzaban miradas, pero se observaban. Se observaban observando, ambos maravillados a veces por las pinceladas y a veces por los gestos, a veces por los colores y a veces por el misterio. Él se perdía en los rasgos de su rostro, contaba sus lunares mientras ella se sumergía en algún retrato. Y mientras él sobrevolaba algún paisaje del siglo XIX, ella se encontraba en sus rizos, en sus manos, pensando, deseando saber cómo sería la voz que saliera de sus labios. Y siempre, ambos se preguntaban si no estaban soñando, si no era todo demasiado irreal. ¿Acaso era posible sentir que, por primera vez, alguien estaba viendo exactamente lo mismo que tú?

Hay días en los que caminar por la ciudad se hace especialmente complicado. Pesa el aire, pesan las personas, las palabras.... Como si fueras Atlas con el mundo a tus espaldas. Como si sólo necesitaras recordar que el mundo no es tan horrible, como si sólo necesitaras que te ayuden a volver a creer. Y quizá por ello se hacía siempre tan fácil caminar por sus galerías, encontrarse con su particular hoja de otoño, llena de color y de belleza, a la que todavía le queda mucho por dar, en la que sólo él se ha fijado. Hay días en los que caminar por el mundo sin su mirada se hace especialmente complicado. Fue en ese instante cuando comprendió de qué iba todo aquello.

"El arte es también quien lo mira", musitó, dejando caer una de sus manos muy cerca de la suya, casi rozándola.

Credit: Tumblr

8 comentarios:

  1. Leí la entrada en el momento en el que me dijiste que habías publicado, aunque ya sabes que soy una vaga del copón y he tardado en responder. Ese mismo día, o al día siguiente, no lo recuerdo, salí a perderme por las calles de aquí, y me fui fijando en pequeños detalles, en sonidos tan simples como el de las pequeñas olas rompiendo contra el cemento, o el de una rama seca al romperse y me acordé de la chica. De que no quiero volverme normal, una personas "de esas" que va por el mundo, pero por el suyo propio.

    Y ojalá alguien con quien poder pararme y observar el mundo como si se tratase de esa obra de arte, que nos deje quietos, en silencio, sin necesidad de carteles ni de obviedades, que nos sintamos a gusto disfrutando de lo pequeños detalles que nos rodean, de lo ruidos, de esas pequeñas cosas que vivimos constantemente y de las que nunca o casi nunca nos damos cuenta.

    Vaya locura acabo de soltarte, pero no la pienso borrar.
    Sigue escribiendo, que las telas de araña le sientan fatal a tus letras.

    Te abraza, te adora y te todo lo humanamente posible,
    S.

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  2. Quiero quedarme aquí, en esa historia.
    "El arte también es de quien lo mira", y tardé años en entender esa frase.
    Vengo para quedarme.

    abrazos de oso polar,
    y de una capital portuguesa ♥

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  3. Quiero quedarme aquí, en esa historia.
    "El arte también es de quien lo mira", y tardé años en entender esa frase.
    Vengo para quedarme.

    abrazos de oso polar,
    y de una capital portuguesa ♥

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  4. Madre mía, Yaiza...¿cómo se puede transmitir tanta magia en tan pocas líneas? He de confesarte algo: siempre que te leo escribir algo sobre arte pienso lo genial que debe ser ir contigo por un museo con todo lo que sabes, de verdad. Algún día. Mientras, me seguiré perdiendo en tus historias sobre amores en museos que tanto me gustan.

    Espero que vuelvas para quedarte.

    Te admira,

    Daw

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  5. Has escrito verdadero arte, pero ésta vez lo has sabido mirar tú mejor que nadie.

    Te echo de menos,

    Noa

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  6. Me ha encantado la idea de que el arte, como señalaba Oscar Wilde, es un reflejo del propio espectador, y la forma en la que la has desarrollado. Tenazmente, sin dejar nunca a un lado la pasión y la dulzura.
    Ciertamente, en este fragmento encuentro una parte de ti y de todos los que hemos tenido la fortuna y desdicha de enamorarnos del arte.

    Además, he de reconocer que me reconforta encontrar a alguien más que se siente embelesada, halagada y fascinada por los detalles de la naturaleza.
    Sin duda alguna, me quedo con: «Aquellas hojas estaban muriéndose, y se les acababa su tiempo, pero todavía tenían mucho que dar al mundo. Todavía encerraban en todas sus células la espectacular belleza de la naturaleza.»
    Espero poder volver a leerte pronto.

    Todo mi amor,
    Gema S.

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  7. Dios, es absolutamente precioso. Todas las metáforas y las comparaciones... Y el juego de palabras, retomando el inicio de nuevo. Simplemente me encanta, como describes un amor, o un intento de amor, tan frágil y delicado y a la vez intenso, tan dulce y bonito.
    Es increíble pasarse y leerte de nuevo. En cada texto, al releerlo, encuentro de nuevo una perspectiva diferente en que interpretarlo. Un placer encontrar blogs así.
    Un beso

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  8. Oye, qué historia tan bonita. Me pasaré a leerte a partir de ahora, un abrazo!

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